Este huevo al contacto con el fuego incuba al monstruo, pero en primera instancia sale de dicho huevo, un gusano colorado que se aposenta bajo la casa y permanece allí hasta volverse basilisco, antes de un año.
En ese estado ingresa a los dormitorios por las noches emitiendo un monótono canto, parecido al del gallo, y comienza a succionar la flema de las personas y con ello el aliento, la energía. La víctima enflaquece, tose, “se va secando” y, finalmente muere, si no se toman medidas para echar al culebrón.
El basilisco chilote, tanto por su nombre como por su morfología mixta entre gallo y reptil, en tal versión, es de indubitable ascendencia europea, la cual se mezcló al bestiario mapuche al producirse un sincretisino con el colo- colo y el piguchén en el mestizaje de los mitos y culturas entre conquitadores y conquistados.
También, como en el basilisco del Vieio Mundo, nace el de Chiloé (Chile) de un huevo pequeño y sin yema, proveniente de gallina vieja o cansada ponedora, que al ponerlo canta como gallo, el cual la gente sencilla e ignorante achaca a un gallo. Este huevo es llamado “huevo de picaflor” o “huevo de piuchén”, es decir, del mítico culebrón alado que, según Lenz, silba y da la muerte a quien lo mira. Cuando ha sido un gallo el que ha puesto el huevo la gallina más vieja del corral se pone a cantar como gallo.
El basilisco no solamente seca a los moradores de una vivienda. Por ejemplo, cuando hay una madre que amamanta a una criatura la sorprende cuando duerme y le succiona la leche del seno, mientras entretiene al infante dándole a chupar su cola. En la región central de Chile existe igual creencia respecto a la culebra común. Quién mire al basilisco, muere, pero el bicho fallece si es visto primero. En el caso de que el basilisco divise una parte del cuerpo la persona quedará con dicha región paralizada para el resto de su vida


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